jueves, 27 de agosto de 2009

Poco alpiste para tanta jaula

Los rumores crecen sobre la posible desaparición del sistema racionado de productos alimentarios. Entre el temor y la espera, algunos aseguran que para comienzos de 2010 ya la cuota de sal y azúcar serán historia pasada y que la liberalización de esos –y otros– alimentos, se nos viene encima. Quienes se asustan ante tal posibilidad no se imaginan una vida sin el subsidio del Estado, sin las muletas de lo subvencionado. Yo misma nací inscrita en una libreta donde se anotaba cada gramo de lo que debía llevarme a la boca. Si hubiera crecido sólo con lo reglamentado, tendría un cuerpo más enclenque del que exhibo ahora. Por suerte, la vida tiene mayor cantidad de opciones que las cuadrículas donde –cada mes– el bodeguero marca las mínimas raciones que nos tocan.

Un simple cálculo me lleva a pensar que si los 66 millones de libras de arroz que se distribuyen cada mes, por el racionamiento, fueran a parar al mercado libre, los precios de éste último bajarían. Se podría decidir entonces si en lugar del repetitivo cereal se compran papas o verduras y ya nadie exclamaría “me llevo todo lo que me dan a casa, antes que dejarlo en la bodega”. Además, no existiría la sensación de que nos regalan algo y sobre todo el sentimiento de culpa que nos impide protestar o criticar a quienes garantizan esas pequeñas porciones. El mercado racionado debería quedar para esos que padecen un impedimento físico, psíquico o han quedado desempleados. En fin, debe dirigirse a quienes necesiten de la seguridad social para sobrevivir.

Aunque la idea parece simple de decir, el cuello de botella de su aplicación es que los salarios siguen ajustados a los alimentos subvencionados de la “libreta” y carecen de objetividad ante los precios liberados. Decirle a una familia cubana que a partir de mañana no tendrá las limitadas cantidades y las dudosas calidades que recibe por la bodega, es serrucharle el pedazo de piso sobre el que está parada. El alpiste, además de restringido, es difícil de eliminar, pues erradicarlo sólo puedo hacerse una vez que se abran las puertas de la jaula. De ahí que la noticia que en realidad esperamos no es la del fin del racionamiento, sino la del cese de la minusvalía económica que nos obliga a él, de la expiración de una relación paternalista que nos mantiene como pichones dependientes y… hambrientos.


El Blog de Yoani Sánchez, es reproducido fielmente del blog original. En un intento de expandir aun más la voz de esta joven bloguera, prisionera en su propia tierra.
Atte. Abel Desestress
Direccion del Blog Original: http://desdecuba.com/generaciony/

domingo, 23 de agosto de 2009

Tablón de anuncios


piano

El papel estuvo poco tiempo pegado en un muro en la calle Tulipán: “Desbloqueo celulares” decía, y mostraba el número telefónico del sagaz técnico. Cada vez con más frecuencia, se ven anuncios proponiendo la venta de cachorros de perro, piezas de automóvil y ofertando los servicios de alguien que repara cocinas o pule los pisos de las casas. Han sido colocados por los más atrevidos de un mercado informal con servicios, canjes y ofertas, del que todos dependemos. Una corriente de negocios que carece de espacios legales donde divulgarse y, sin embargo, muestra su mercancía con tanta -o más- eficacia que el comercio oficial.

Esos cartelitos escritos a mano, me hacen evocar los centros laborales y de estudio –fuera de Cuba– en los que me fascinó el tablón de anuncios abarrotado de pedidos y ofrecimientos. Una “habitación barata”, “alguien que quiera comprar una laptop” o una excursión que necesita de “nuevos inscritos para costear el transporte”, eran algunos de los clasificados que vi colgados en ellos. Nada de eso puede leerse en los aburridos murales, llenos de consignas políticas, que aparecen en las universidades, fábricas o empresas cubanas. Los alumnos y trabajadores no están autorizados a tener un espacio físico donde pegar un pequeño papel pidiendo un libro, una pieza para un PC o un cuarto para rentar. Tampoco hay sitios así para el resto de la población, como no sean algunos programas radiales o canales locales, que destinan breves minutos a informar sobre permutas u objetos perdidos.

No permitir esos tablones de anuncios es, para mí, uno de los signos más visibles del control sobre toda forma –espontánea– de organizarse o interactuar los ciudadanos. Su ausencia resulta una verdadera pena, porque esas columnas o pizarras llenas de clasificados dinamizan una ciudad y le dan vida a sus escuelas, oficinas y comercios. Pero en lugar de eso, colocar un mínimo cartel de “vendo tal cosa” o “compro esta otra” sigue siendo aquí un acto de transgresión, una acción que debe hacerse en el clandestinaje de una noche, sobre un muro –en penumbras– mientras nadie nos ve.

. Les dejo algunas muestras virtuales de esos tablones de anuncios, que no podemos hacer en el mundo real: http://www.revolico.com y http://cu.clasificados.st

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sábado, 15 de agosto de 2009

Juanes y la Plaza


Un lugar gris, de concreto y mármol, que hace sentirse a las personas diminutas e insignificantes. Paso cada día cerca de la Plaza de la Revolución, camino a casa, y no puedo dejar de sobrecogerme, verme aplastada ante esa arquitectura que tanto recuerda la megalomanía fascista. Una vez, estuve allí con una bandera blanca y amarilla gritando “libertad”, frente a un altar en forma de paloma diseñado para el Papa. No soy católica, sin embargo no iba a perderme –por nada del mundo- la posibilidad de decir otro tipo de consignas en aquella Plaza.

Parece que para el veinte de septiembre será Juanes el que tratará de darle un rostro humano a un conjunto arquitectónico, donde nadie va plácidamente a sentarse. No he visto nunca allí a una pareja o a una familia cubana –que sin ser convocadas- se ponga en una esquina a conversar o a reír. Un espacio sin árboles, pensado para reunir, masificar, para que el líder nos grite desde su altura -a unos metros elevada del piso- y espere de nosotros que le respondamos con algún repetitivo slogan de “¡Venceremos!”, “¡Paredón!” o “¡Viva!”.

Opino que Juanes debe venir y cantar. Si el tema es la paz deberá saber que esta Isla no está inmersa en un conflicto bélico, pero tampoco conoce la concordia. Elevará su voz ante un pueblo que ha sido dividido, clasificado según un color político y compulsado al enfrentamiento hacia el que piensa diferente. Una población que hace años no oye hablar de armonía y que sabe del castigo que reciben los que se atreven a mostrar sus críticas. Estamos necesitados de su voz, pero sólo si va a cantar sin olvidar a ningún cubano, sin descartar ninguna diferencia.

Nos gustaría que acompañara sus canciones con la cadencia de Willy Chirino, la trompeta de Arturo Sandoval, el ritmo de Albita Rodríguez o el sensual saxo de Paquito D´ Rivera… pero a ninguno de ellos lo dejarán estar ahí. Juanes disfrutará así el privilegio del extranjero, que en esta Isla es mucho mejor valorado que los nacionales. Cada cosa que diga entre canción y canción -si es que dice algo- podrá ser interpretada como su apoyo a un sistema que se apaga, como el espaldarazo a un grupo en el poder.

No ha sido una inocente decisión seleccionar la Plaza de la Revolución como escenario para su música y no podrá sacudirse la carga política que eso significa. Pero si tiene que ser así, si no hay espacio en los barrios pobres de la periferia de la ciudad, en mi Centro Habana natal al borde del colapso, si no lo dejan sumergirse en San Miguel o Marianao, ni siquiera usar el Estadio Latinoamericano, pues que cante entonces bajo la estatua de Martí y frente a la imagen de Che Guevara, pero al menos que cante para todos.

* Me pregunto si ocurrirá lo mismo que en los dos últimos conciertos de Pedro Luís Ferrer, donde no han dejado entrar a algunos bloggers.

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domingo, 9 de agosto de 2009

Taxímetro escondido

El taxi es del estado, pero la necesidad es tuya. De manera que te sientas frente al volante con un claro objetivo: sacarle todo lo que puedas a tus clientes. Te culpan de querer enriquecerte, pero cada noche debes entregar sesenta pesos convertibles a la empresa para la que trabajas. Sólo puedes recaudar esa cantidad haciendo trampas, pequeños fraudes que te permiten ganar algo también para ti. Si incumples durante varias jornadas con la liquidación, te mandaran a la calle y hay muchos que quieren ocupar el asiento de tu lada blanco.

Te has comprado un enorme espejo retrovisor que cubre completamente el taxímetro, al que has manipulado para que siempre marque más. También haces el truco de decir “no tengo menudo”, lo cual te permite quedarte con el vuelto si el usuario no da el dinero exacto. Los días malos, te arriesgas más y ni siquiera enciendes la pantalla digital que marca el costo de la carrera; viajas por un precio fijo que va a parar totalmente a tu bolsillo. Aunque en el asiento de atrás te han instalado un censor sensor para detectar si estás ocupado, le pides a la gente que se siente en el borde y así los ingresos terminan en tus manos y no en las de Cubataxi.

Los costos de reparar el auto corren a cuenta tuya, porque nadie está más interesado en que no fallen las gomas y en que el tanque tenga siempre gasolina. Sin embargo, cuando te saquen de tu empleo tendrás que dejar todo lo invertido en ese taxi que le darán a otro, a alguien que volverá a repetir los mismos engaños que hoy haces tú. Por eso tratas de lograr el máximo provecho durante tus catorce horas de trabajo y recoges turistas en la calle, que no conozcan las distancias entre un punto y otro de la ciudad. Les cuentas que la situación está muy mala y que tienes tres hijos, mientras los llevas del Capitolio a Santa María por la vía más larga. Al bajarse les pides una cantidad que triplica el importe de los kilómetros recorridos y calculas que con eso no tendrás que entregarle hoy toda la ganancia a Él*. Gracias a esos repetidos timos, puedes -al menos- llevar una parte de la recaudación a casa.

* “Él” es el pronombre reservado para el poder, el estado y el presidente.

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jueves, 6 de agosto de 2009

Quince años después

Video; http://www.youtube.com/watch?v=rKpUAVV4Zg0

Esta es breve filmación de los lugares donde hace quince años ocurrió el estallido social conocido como el “maleconazo”.

Hoy me he paseado por la avenida costera y por la zona del embarcadero de la lancha que va a Regla.

Vi algunos corresponsales extranjeros haciendo entrevistas, el muro frente al mar extrañamente vacio y policías apostados por todas partes.

Las mismas calles y sin embargo ahora los rostros de la gente parecen menos convencidos -que aquella vez- de que acerca el final.


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lunes, 3 de agosto de 2009

Telenovelas o realidades

tomada de TDM Brasil Vale Todo (1988)

tomada de TDM Brasil Vale Todo (1988)

Algún día se deberá contar la historia de nuestras últimas décadas a partir de las telenovelas brasileñas que han pasado por la pantalla chica. Oiremos a los especialistas establecer paralelismos entre la cantidad de lágrimas derramadas frente a la tele y el grado de resignación o de rebeldía adoptado en la vida real. También será material de estudio la esperanza que nos creaba aquel sujeto – de los culebrones televisivos- que lograba salir de la miseria y realizar sus sueños.

En ese probable análisis tendrá que estar incluida, sin dudas, la tormentosa ficción de La esclava Isaura. Aquella mujer mestiza que escapaba de un amo cruel, paralizó nuestro país e hizo una vez que los pasajeros de un tren se negaran a abordarlo, quedándose en la estación mientras trasmitían el capítulo final. Incluso nos sirvió de fuente de analogías entre el esclavista que no le daba la libertad a su sirvienta y quienes actuaban como nuestros patrones, controlándolo todo. Por esos mismos años las amigas de mi madre se divorciaron en masa, guiadas por el independiente personaje de Malú, que criaba sola a una hija y no se ponía ajustadores.

Llegó entonces el año 1994 y el “maleconazo” obligó al gobierno a adoptar ciertas aperturas económicas, que se materializaron en habitaciones de alquiler, taxis privados y cafeterías por cuenta propia. En ese momento tuvimos cerca la trama de una producción carioca, que influyó directamente en la forma de nombrar las nuevas situaciones. Los cubanos bautizamos como paladar al restaurant regentado por gente común, al igual que la empresa de alimentos creada por la protagonista de Vale todo. La historia de una madre pobre que vendía comida en la playa y terminó por fundar un gran consorcio, se nos parecía a la de los recién surgidos “cuentapropistas”, que habilitaban la sala de su casa para ofrecernos platos extintos décadas atrás.

Después, las cosas comenzaron a complicarse y vinieron seriales donde campesinos reclamaban sus tierras, mujeres cincuentonas hacían planes de futuro y reporteros de un diario independiente lograban ganar más lectores. Los guiones de estos dramas han terminado por ser -en esta Isla- claves para interpretar nuestra realidad, compararla con otras y criticarla. De ahí que, tres días a la semana, paso frente a la tele para leer entre líneas los conflictos que rodean a cada actor, pues de ellos surgen muchas de las actitudes que mis compatriotas asumirán a la mañana siguiente. Tendrán más ilusiones o más paciencia, en parte “gracias” o “por culpa de” esas telenovelas que nos llegan desde el sur.


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